Speech by Augusto Pinochet at Cerro Chacarillas, Santiago, in celebration of the Day of the Youth, July 9th 1977
Al celebrarse hoy el Día de la Juventud, que instituyéramos hace dos años en este mismo lugar, retorno a él con renovada fe en el futuro de Chile.
Concurro así a la invitación que me ha formulado el Frente Juvenil de Unidad Nacional, que también celebra en esta noche el segundo aniversario de su creación, como un movimiento propio y responsable de la juventud chilena, que quiso identificar su compromiso con la defensa y proyección histórica del 11 de septiembre, uniéndolo a aquel imperecedero ejemplo de patriotismo que representa la inmolación de los 77 héroes juveniles de La Concepción.
Mi corazón de viejo soldado revive con profunda emoción el coraje insuperable de Luis Cruz Martínez y de los otros 76 jóvenes chilenos, que junto a él, en plena soledad de la sierra peruana, supieron demostrar con la entrega de sus vidas, que nuestra Patria y los valores permanentes del espíritu están por encima de cualquier sacrificio personal que su defensa pueda demandar.
Mi espíritu de Presidente de la República se llena de justificada esperanza, al contemplar que la juventud de hoy ha sabido descubrir el sello de eternidad y de exigencia que encierra para las generaciones siguientes la sangre que nuestros mártires derramaron pensando en la grandeza futura de Chile.
Como muy bien lo señaláis en el lema que habéis escogido, ellos murieron porque soñaban en una Patria Libre, unida, grande y soberana. Convertir ese ideal en la más plena realidad posible, efectivamente es y será vuestra obra. Abriros diariamente el surco para que podáis emprender y proseguir esa tarea es en cambio la difícil e irrenunciable misión que Dios y la historia han colocado sobre nuestros hombros.
Hace muy poco, de nuevo el pueblo chileno supo reeditar durante tres años la heroica lucha en contra de la inminente amenaza del totalitarismo comunista, aquel supremo grito de guerra de la Batalla de La Concepción: “Los chilenos no se rinden jamás”. Y cuando acudiendo al llamado angustioso de nuestra ciudadanía, las Fuerzas Armadas y de Orden decidimos actuar el 11 de septiembre de 1973, nuevamente nuestra tierra fue regada por la sangre de muchos de nuestros hombres, que cayeron luchando por la liberación de Chile”.
Quedaba de este modo en evidencia que el temple de nuestra raza y la fibra de nuestra nacionalidad para defender la dignidad o la soberanía de nuestra
patria no habían muerto ni podrían morir jamás, porque son valores morales que se anidan en el alma misma de la chilenidad.
Hoy, volvemos a enfrentar una lucha desigual, contra una acción foránea de diversos orígenes y tonalidades, que a veces adopta la forma de la agresión enemiga, y que en otras ocasiones se presenta bajo el rostro de una presión amiga.
En ese complejo cuadro, Chile continuará actuando con la prudencia y mesura que tradicionalmente han caracterizado nuestra política internacional, aun en horas muy difíciles. Nuestra colaboración hacia los organismos internacionales y nuestro diálogo franco y leal con los países y Gobiernos amigos seguirán comprometiendo los mejores esfuerzos y la más amplia buena voluntad de parte nuestra. Pero por ningún motivo permitiremos que dicha actitud se confunda con debilidad o vacilación ante quienes pretendan dictarnos desde el exterior, el camino que debemos seguir, ya que su determinación es de exclusivo resorte de nuestra soberanía interna.
Por esta razón, dispuse recientemente que renunciáramos a la solicitud de un crédito externo, cuyo otorgamiento pretendió condicionarse públicamente a un examen de un Gobierno extranjero acerca de la evolución de nuestra situación en materia de derechos humanos. Estoy cierto de que en esta actitud me acompaña el país entero, porque si hay algo que todo chileno de verdad tiene muy en claro es que la dignidad de nuestra patria no se transa ni se hipoteca ante nada ni frente a nadie.
Desbordes del imperialismo ya superados
Quienes pretenden doblegarnos con presiones o amenazas foráneas, se equivocan rotundamente, y agiganta ante la adversidad. Quienes, por su parte pretenden desde el interior aliarse con estos desbordes internacionales que parecieran revivir formas de imperialismo que creíamos ya superadas en el Occidente, sólo logran retratarse mejor en sus ambiciones sin freno, y hacerse acreedores al justo desprecio del pueblo chileno.
Menos aceptable son todavía los intentos de intervención foránea cuando la causa que se invoca para ella es una supuesta defensa de los derechos humanos.
Nuestra historia y nuestra idiosincrasia se han forjado en el respeto a la dignidad del hombre. Sólo una amarga experiencia reciente, que estuvo a punto de conducirnos a la guerra civil, nos ha hecho comprender que los derechos humanos no pueden sobrevivir en un régimen político jurídico que abre campo a la agresión ideológica del marxismo-leninismo, hoy al servicio del imperialismo soviético, o a la subversión terrorista, que convierte a la convivencia social en una completa anarquía.
Resulta incomprensible que toda restricción a determinados derechos de las personas se enjuicia como una presunta transgresión de los derechos humanos, mientras que la actitud débil o demagógica de muchos gobiernos frente al terrorismo no merezca reparo alguno en la materia, aún cuando es evidente que ella se traduce en una complicidad por omisión, con una de las formas más brutales de violación de los derechos humanos.
Es posible que nuestro enfoque más amplio y profundo en esta materia sea difícil de comprender para quienes no han vivido un drama como el nuestro. He ahí, en cambio, la razón por la cual las limitaciones excepcionales que transitoriamente hemos debido imponer a ciertos derechos, han contado con el respaldo del pueblo y de la juventud de nuestra Patria, que ha visto en ella el complemento duro pero necesario para asegurar nuestra Liberación Nacional, y proyectar así amplios horizontes de paz y progreso para el presente y el futuro de Chile. La juventud se ha destacado por su comprensión visionaria hacia la exigencia histórica que afrontamos en el sentido de dar vida a un nuevo Régimen político institucional.
Es por ello que, al cumplir el Frente Juvenil dos años de vida, siento el deber de expresar que, respetando el carácter plenamente autónomo e independiente de este movimiento, el Gobierno que presido aprecia debidamente los importantes avances que aquel ha ido logrando en su misión de unir a la juventud chilena en cursos humanos, geográficos y económicos, con el 11 de septiembre y con la nueva institucionalidad que a partir de esa fecha está surgiendo.
De ahí que haya escogido esta noche, que ya se identifica con la juventud de nuestra Patria, para señalar públicamente los pasos fundamentales que hemos delineado para avanzar en el proceso institucional del país. Nada me parece más apropiado que hacerlo en un acto juvenil, ya que seréis vosotros, jóvenes chilenos, los responsables de dar continuidad a la tarea en que estamos empeñados y los más directos beneficiados con el esfuerzo que en ella ha puesto desde su inicio, el país entero.
Frente al éxito ya perceptible del plan económico, el progreso en las medidas de orden social, y el orden y la tranquilidad que hoy brindan una vida pacífica a nuestros compatriotas, la atención pública se ha centrado ahora en mayor medida en nuestro futuro jurídico-institucional. Las sanas inquietudes de la juventud y de otros sectores nacionalistas por una participación cada vez mayor se inserta en esa realidad.
Para un adecuado enfoque de este problema es conveniente reiterar una vez más, que el 11 de septiembre no significó sólo el derrocamiento de un Gobierno ilegítimo y fracasado, sino que representó el término de un régimen político-institucional definitivamente agotado, y el consiguiente imperativo de construir uno nuevo.
No se trata pues de una tarea de mera restauración sino de una obra eminentemente creadora, sin perjuicio de que dicha creación para ser fecunda debe enraizarse en los signos profundos de nuestra auténtica y mejor tradición nacional.
Nueva democracia
Ello nos señala el deber de caminar por el sendero del Derecho, armonizando siempre la flexibilidad en la evolución social con la certeza de una norma jurídica objetiva e impersonal, que obligue por igual a gobernantes y gobernados. En esa perspectiva, advertimos nítidamente que nuestro deber es dar forma a una nueva democracia que sea autoritaria, protegida, integradora, tecnificada y de auténtica participación social, características que se comprenden mejor cuando el individuo se despoja de su egolatría, ambición y egoísmo.
Una democracia es autoritaria, en cuanto debe disponer un orden jurídico que asegure los derechos de las personas, con una adecuada protección de los Tribunales de Justicia independientes y dotados de imperio para hacer cumplir sus resoluciones.
Protegida, en cuanto debe afianzar como doctrina fundamental del Estado de Chile el contenido básico de nuestra Declaración de Principios, reemplazando el Estado liberal clásico, ingenuo e inerme, por uno nuevo que esté comprometido con la libertad y la dignidad del hombre y con los valores esenciales de la nacionalidad. Consiguientemente, todo atentado en contra de estos principios, cuyo contenido se ha ido precisando en las Actas Constitucionales vigentes, se considera por éstas como un acto ilícito y contrario al ordenamiento institucional de la República.
La libertad y la democracia no pueden sobrevivir si ellas no se defienden de quienes pretenden destruirlas.
Integradora, en cuanto debe robustecer el Objetivo Nacional y los Objetivos permanentes de la Nación, para que por encima de legítimas divergencias en otros aspectos más circunstanciales, los sucesivos Gobiernos tengan en el futuro la continuidad esencial que les ha faltado en el pasado. De ahí debe brotar un poderoso elemento de unidad de la gran familia chilena, a la cual se ha pretendido sistemáticamente disgregar por tanto tiempo, impulsando una lucha de clases que no existe y no debe existir.
Tecnificada, en cuanto el vertiginoso progreso científico y tecnológico del mundo contemporáneo, no puede ser ignorado por las estructuras jurídicas, resultando en cambio indispensable que se incorpore la voz de los que saben al estudio de las decisiones. Sólo ello permitirá colocar la discusión en el grado y nivel adecuados, reducir el margen del debate ideológico a sus justas proporciones, aprovechar el aporte de los más capaces, y dar estabilidad al sistema.
De auténtica participación social, en cuanto a que sólo es verdaderamente libre una sociedad que, fundada en el principio de subsidiariedad, consagra y respeta una real autonomía de las agrupaciones intermedias entre el hombre y el Estado, para perseguir sus fines propios y específicos. Este principio es la base de un cuerpo social dotado de vitalidad creadora, como asimismo de una libertad económica que, dentro de las reglas que fija la autoridad estatal para velar por el bien común, impida la asfixia de las personas por la férula de un Estado omnipotente.
Estamos frente a una tarea que, por su naturaleza y envergadura, debe ser gradual. De este modo, nos alejamos por igual de dos extremos: el del estancamiento, que más tarde o más temprano siempre conduce los procesos sociales a rupturas violentas, y el de la precipitación, que traería consigo la rápida destrucción de todo nuestro esfuerzo, el retorno del régimen anterior con sus mismo hombres y vicios y, muy pronto, un caos similar o peor al que vivimos durante el Gobierno marxista.
Las etapas
El proceso concebido en forma gradual contempla tres etapas: la de recuperación, la de transición y de la normalidad o consolidación. Dichas etapas se diferencian por el diverso papel que en ellas corresponde a las Fuerzas Armadas y de Orden, por un lado, y a la civilidad, por el otro. Asimismo, se distinguen por los instrumentos jurídico-institucionales que en cada una de ellas deben crearse o emplearse.
En la etapa de recuperación el Poder Político ha debido ser integralmente asumido por las Fuerzas Armadas y de Orden, con colaboración de la civilidad, pero en cambio, más adelante, sus aspectos más contingentes serán compartidos con la civilidad, la cual habrá de pasar así de la colaboración a la participación.
Finalmente, entraremos en la etapa de normalidad o consolidación, el Poder será ejercido directa y básicamente por la civilidad, reservándose constitucionalmente a las Fuerzas Armadas y de Orden el papel de contribuir a cautelar las bases esenciales de la institucionalidad, y la seguridad nacional en sus amplias y decisivas proyecciones modernas.
Hoy nos encontramos en plena etapa de recuperación, pero estimo que los progresos que en todo orden estamos alcanzando, nos llevan hacia la de transición.
Durante el periodo que falta de la etapa de recuperación, será necesario completar la dictación de Actas Constitucionales, en todas aquellas materias de rango constitucional aún no consideradas por ellas, como también de algunas leyes trascendentales, como de seguridad, trabajo, previsión, educación y otras que se estudiarán en forma paralela. De esta manera, quedará definitivamente derogada la Constitución de 1925, que en sustancia ya murió, pero que jurídicamente permanece vigente en algunas pequeñas partes, lo que no resulta aconsejable.
Simultáneamente, deberán revisarse las Actas Constitucionales ya promulgadas, en aquellas materias donde su aplicación práctica hubiere demostrado la conveniencia de introducir ampliaciones, modificaciones o precisiones.
La culminación de todo este proceso de preparación promulgación de las actas constitucionales, que continuará desarrollándose progresivamente desde ahora, estimo que deberá en todo caso estar terminado antes del 31 de diciembre de 1980, ya que la etapa de transición no deberá comenzar después de dicho año, coincidiendo su inicio con la plena vigencia de todas las instituciones jurídicas que las actas contemplen.
Entre las referidas actas constitucionales, ocupa un lugar prioritario la que habrá que regular el ejercicio y la evolución de los Poderes Constituyente, Legislativo y Ejecutivo. Para orientar en esta materia a la Comisión de Estudios de la Nueva Constitución, el Presidente que os habla entregará próximamente ciertas directrices fundamentales que permitan a dicha comisión preparar consulta al Consejo de Estado, antes del pronunciamiento final que corresponderá a la Junta de Gobierno.
Dichas orientaciones para el esquema que deberá regir en la etapa de transición son principalmente las siguientes:
* El Poder Constituyente deberá permanecer siendo ejercido por la Junta de Gobierno. Sin embargo, él se ejercerá normalmente con previa consulta al Consejo de Estado.
* El Poder Ejecutivo deberá permanecer siendo ejercido por el Presidente de la República, y con las facultades de que hoy ya está investido.
* El Poder Legislativo, de acuerdo a la tradición nacional, deberá tener dos colegisladores: el Presidente de la República y una Cámara Legislativa o de Representantes, como se podría denominar, sin perjuicio de las facultades legislativas que, en esta etapa de transición, deberá mantener la Junta de Gobierno, en carácter extraordinario.
Estas atribuciones deberán comprender, por una parte, el derecho de cada uno de sus integrantes a presentar proyectos de ley a través de la Presidencia de la República, y por la otra, la facultad de solicitar, antes de la promulgación de cualquier ley, que su texto sea revisado por la Junta de Gobierno. En este último caso, si en la Junta prevaleciera la opinión de que un precepto atenta contra la Seguridad Nacional, éste no podrá ser promulgado. Se trata de un veto absoluto, destinado a operar en los casos en que la Junta de Gobierno lo interponga, a petición de cualquiera de sus miembros, diferenciándose así del veto ordinario del Presidente de la República frente a la Cámara Legislativa.
Por su parte, y tal como lo expusiera el 18 de marzo pasado, la Cámara Legislativa o de Representantes deberá tener una composición mixta: un tercio de sus miembros habrá de corresponder a personalidades de alto relieve nacional, que la integrarán por derecho propio o por designación presidencial, y los otros dos tercios restantes, serán representantes de Regiones o agrupaciones de Regiones, en una cantidad proporcional al número de sus habitantes.
En cuanto a la legislación ordinaria, se deberán contemplar sistemas de iniciativa de las leyes, de veto presidencial y otros, que eviten los excesos demagógicos que caracterizaron a los últimos periodos de nuestro anterior Parlamento.
Especial importancia cabe atribuir a que la Cámara Legislativa cuente con Comisiones Técnicas, en que participen establemente, con derecho a voz, las personas más calificadas en el plano científico, técnico y profesional en las diversas materias.
La instalación de esta Cámara Legislativa deberá realizarse durante el año 1980 y para su primer periodo, cuya duración será de 4 o 5 años, dado que no es factible la realización de elecciones, los representantes de las Regiones habrán de ser designados por la Junta de Gobierno.
Posteriormente, en cambio, dichos representantes regionales se elegirán ya por sufragio popular directo, de acuerdo a sistemas electorales que favorezcan la selección de los más capaces, y que eviten que los partidos políticos vuelvan a convertirse en maquinarias monopólicas de la participación ciudadana.
Constituida la Cámara Legislativa en este periodo, es decir, con dos tercios de sus miembros elegidos popularmente, deberá corresponder a la propia Cámara el designar el cargo de Presidente de la República por un periodo de seis años.
Simultáneamente con lo anterior, que implicará el paso de la etapa de transición a la de consolidación, corresponderá aprobar y promulgar la nueva Constitución Política del Estado, única y completa, recogiendo como base la experiencia que arroje la aplicación de las Actas Constitucionales. La etapa de transición servirá así para culminar los estudios del proyecto definitivo de la nueva Carta Fundamental.
Al bosquejar este plan general ante el país, el gobierno cree cumplir con su misión de esclarecer las líneas básicas sobre las cuales anhela desarrollar nuestra evolución institucional próxima, durante la cual también será necesario intensificar la elaboración y consagración jurídica de las nuevas formas de participación social, tanto de carácter gremial o laboral, como estudiantil, profesional, vecinal y de las demás expresiones ciudadanas en general.
Jóvenes chilenos:
La posibilidad de materializar integralmente este plan está sujeta a la condición de que el país siga presentando los signos positivos que nos han permitido avanzar hasta la fecha.
Para ello se requiere indispensablemente el concurso patriótico de toda la ciudadanía, y muy especialmente, el idealismo generoso de la juventud, que debe encender de mística nuestro camino hacia el futuro.
No ignoro que se levantarán muchos escollos, ambiciones y personalismos, que de mil maneras pretenderán impedir nuestra marcha, y hacernos volver hacia atrás, donde sólo nos esperarían las penumbras de la esclavitud. Pero estoy seguro de que la luz que emerge al final de nuestra ruta será siempre más fuerte y más luminosa, y por encima de todo, confío plenamente en Dios, en el pueblo de Chile, y en nuestras Fuerzas Armadas y de Orden que, con patriotismo, hoy guían sus destinos.
Mis queridos jóvenes:
El futuro de Chile está con vosotros, cuya grandeza estamos labrando.
Discurso de Chacarillas
These TV clips from Youtube show recordings from the night at Cerro de Chacarillas:
Speech by Augusto Pinochet at his resignation ceremony as commander in chief of the army, Santiago, March 10th 1998
Señoras y señores:
Inicio estas palabras con la gratitud por vuestra presencia en esta ceremonia militar, la última con que culmina mi carrera de las armas, en la que he permanecido por 65 años, sirviéndola con gran cariño y amor porque a través de ella servía a mi Patria, único norte de mi diario vivir y felicidad profunda de mi razón de ser.
Al llegar a esta tribuna, para cumplir lo señalado en la Carta Fundamental en el mando de la institución castrense y despedirme de ella para entregarla al nuevo mando dispuesto por su Excelencia el Presidente de la República, lo hago estoicamente como corresponde a un soldado y con orgullo por entregar un Ejército de gran calidad profesional.
Al escribir mi Memorias expresé ya hace algunos años: "Cuando ingresé como cadete de la Escuela Militar, dentro de ese vetusto edificio de la calle Blanco, donde se vinculan sentimientos de amor a la Patria, el cumplimiento del deber y se somete a la dura disciplina, fue para mí uno de los momentos más felices de mi vida".
Recuerdo también que esta llegada al instituto formador de Oficiales fue en los primeros días de marzo de 1933 y con ello "se cumplía mi aspiración".
Quiso la Divina Providencia que este entusiasmo vocacional se cumpliera en plenitud mucho más allá de lo que las condiciones ordinarias podían haberlo previsto y siempre ajeno a todo cálculo personal.
Durante estos años he caminado por la senda del deber y la disciplina, y en este mismo mes de marzo, hoy, a los 65 años de servicio, cuando debo dejar la carrera activa como soldado, siento murmurar en lo hondo de mi corazón ¡gracias, Patria mía, he sido tu soldado!
Ello me hace feliz, pues llegué al mando superior de mi institución después de haber cumplido regularmente cada una de las etapas de la carrera militar, recibiendo con alegría las destinaciones y cumpliendo las tareas que se me asignaban en el orden táctico operativo y académico, entregando todas las energías de que soy capaz.
Asimismo quiero proclamar solemnemente, en este mismo acto, que en mi espíritu se mantienen con renovado vigor los mismos ideales e ilusiones que me acompañaron en esa lejana fecha de mi ingreso a la Escuela Militar.
Al hacer entrega del mando del Ejército, no puedo dejar de recordar los intensos y extensos años que dediqué a su servicio y, por su intermedio, a la Patria. Son muchas las imágenes y vivencias que cruzan por mi mente y corazón, nombres y hombres, éxitos y desazones; euforias compartidas con inolvidables camaradas y momentos de soledad que rodean las ineludibles decisiones de todo comandante.
En todos estos sesenta y cinco años no ha habido otro afán que haya motivado con más fuerza mi vida profesional y personal que hacer coincidir mi vocación de servicio con los grandes objetivos e intereses de la Patria.
En tal virtud, puedo dar fe de que el Ejército, invariablemente, ha estado a disposición de los supremos intereses nacionales y que su trayectoria ha estado indefectiblemente ligada a los destinos del país, no como una relación fatalista, sino que en una identidad consecuente con la misión fundacional del Estado y de sus instituciones fundamentales.
Señoras y señores:
No es mi ánimo mirar atrás, porque ello es anclarse en ele pasado y no avanzar de acuerdo con el mundo; sin embargo, quiero decir dos palabras sobre una materia pasada para recuerdo de la Nación misma.
Chile se enorgullecía como Nación de larga tradición democrática, señera en el continente, y sus Fuerzas Armadas habían contribuido eficazmente a su formación y defensa.
Sin embargo, en el devenir de nuestra historia fue generándose un estado de conflicto público, cada vez más extendido, agudo e incontrolable. Conflicto que llegó a afectar a la subsistencia de la Patria misma, como Nación libre y Estado soberano.
¡Eran evidentes las posibilidades de autodestrucción de Chile!
¡Primaron entonces los deberes patrióticos por sobre toda otra consideración!
Las Fuerzas Armadas, destinadas a asegurar y defender la integridad de la Patria, deben en estas circunstancias extremas pronunciarse.
El Ejército y sus instituciones hermanas asumieron la conducción del Estado y se abocaron a la restauración de la institucionalidad quebrantada y a la reconstrucción social, política y económica del país.
El estudio desapasionado de la realidad de la época hace concluir que, o las Fuerzas Armadas tenían éxito en esta empresa extraordinaria, o la suerte del país volvía a etapas de aniquilamiento peor. Una pieza trascendental, ene el cumplimiento de esta magna tarea, fue la promulgación de una nueva virtud de la cual se entregó el poder supremo a la civilidad en las fechas y formas preestablecidas y plebiscitadas.
En esta forma, la democracia chilena pudo retomar su rumbo.
A su vez las Instituciones Armadas pudimos decir entonces ¡misión cumplida!
Señora y señores:
Las circunstancias de inicio y término de mi gestión de mando son tan distintas como es la situación institucional que vivía el Ejército en los comienzos de la década del setenta, en comparación con la que vive hoy, al término de los noventa.
En efecto, la turbulencia que caracterizó la etapa previa y misma de mi asunción al mando no era precisamente la más favorable para emprender proyectos de modernización que la Institución requería urgentemente. A su compromiso con la restauración nacional se sumaron dos grandes crisis internacionales, que pusieron de manifiesto carencias que se arrastraban por décadas y que sólo pudieron ser reparadas parcialmente y con soluciones de emergencia, debido a la situación económica que atravesaba el país.
En esta misma vulnerabilidad el Ejército encontró la fuerza para superar, con iniciativa y mucho sacrificio de su personal, situaciones adversas que parecían insalvables.
En más de alguna oportunidad me he referido a las condiciones que rodearon esa primera década de mi mando institucional. Hoy sólo quisiera destacar que en el rol que históricamente han cumplido los ejércitos en el mundo suele juzgárseles mas que por las batallas ganadas en la guerra, que por las que han evitado.
Quiso el destino poner como prueba esta grave situación, cuyos episodios, aún no revelados del todo, trajeron con crudeza la realidad no superada del flagelo de los conflictos, que demandaron los soldados, marinos y aviadores, junto a la solidaridad y serenidad de nuestros compatriotas, una actitud digna y responsable en que los valores en juego no podían ser transados a cualquier precio.
Para un Comandante en Jefe, los momentos de apremio son los que miden la verdadera fuerza de sus medios. La fuerza de entonces, como lo fue históricamente y seguirá siendo en el futuro, no fueron los cañones o los tanques.
Nunca me sentí más orgulloso de mandar el Ejército de Chile que en los períodos en que asumimos tan variadas y diversas crisis en que sólo descansamos en el valor de nuestros hombres y mujeres.
Posteriormente, la década del ochenta pudo haber sido más propicia para cumplir nuestros proyectos institucionales, pero sus costos eran incompatibles con necesidades más apremiantes, sin contar con la carga que debió asumir el Ejército de un endeudamiento a largo plazo, que no fue traspasado al erario nacional. Ante esta nueva prueba, el recurso humano exhibió una vez más su capacidad para superar las carencias materiales.
Podría decir con toda justicia que, así como el país fue capaz de vencer la adversidad de las crisis económicas sucesivas que sacudieron al mundo con el ingenio y sacrificio de sus dirigentes, profesionales, empresarios y trabajadores, los soldados desarrollaron una capacidad tecnológica que permitió al Ejército mantener operacional su material antiguo y desgastado, contribuyendo eficientemente al nivel de disuasión nacional.
Esta medida permitió superar la emergencia recurriendo a la implementación de varios programas, como el aumento de la planta y del contingente, el desarrollo de la industria bélica nacional, que garantizara la provisión de armamento liviano, el aumento de la capacidad antiaérea y de antiblindaje, y el mantenimiento y reparación del material blindado y de artillería.
Paralelamente, el Gobierno Militar aplicó las medidas que la situación ameritaba, lo que permitió mantener el modelo económico y las reformas sociales emprendidas.
Dos décadas, con sus realidades internacionales, nacionales e institucionales particulares, hicieron confluir las características más notables de un ejército comprometido con el desarrollo y la paz: su apego a los valores tradicionales, su identidad con los intereses permanentes, su contribución al progreso y su visión optimista del porvenir.
La década del noventa, junto con el inicio de la plena institucionalidad, trajo los frutos de una economía sana y renovada y de un desarrollo anticipado por un trabajo previsor y austero, ofreciendo circunstancias más auspiciosas para llevar a cabo nuestros proyectos de modernización.
Se avanzó mucho en los procesos de formación, perfeccionamiento y entrenamiento del personal, alcanzando niveles que son reconocidos como similares a los de los ejércitos de los países más desarrollados del mundo.
El Ejército que hoy entrego es, en muchos aspectos, distinto al que recibí en 1973, pero también mantiene las características que le han hecho singular en el concierto americano.
Estoy consciente de una interpretación que suele darse a mi dilatada gestión de mando es que se habría generado una relación personal que rompe la subordinación normal de los hombres y la Institución que dirijo.
Si algo de verdad tiene tal afirmación es que mi entrega ha sido total y la respuesta ha sido una cohesión en torno a valores compartidos. Sin la percepción común de tales valores, ningún comandante puede llegar a reclamar la adhesión de sus subordinados. No es la persona la que encarna a la institución, son los valores trascendentes los que logran el espíritu corporativo. Esa es una constante de la historia de nuestro Ejército.
No son, por tanto, sólo más armas o recursos los que entrego a mi sucesor. Entrego un Ejército monolíticamente unido y comprometido. Unido en su sentido espiritual y valórico, consciente de su rol histórico y del provenir. Comprometido con un destino común con la Patria, con el apego a sus tradiciones y cultura, respetuoso del ordenamiento constitucional que sus hombres contribuyeron a forjar, y con la defensa y soberanía nacional que juraron proteger aún a costa de sus vidas.
Al hacer entrega del mando del Ejército de Chile al Señor Teniente General don Ricardo Izurieta Caffarena, pongo en sus manos, mente y corazón, una de las Instituciones que más ha gravitado en la vida de la Nación.
Cuando un General de la República accede a tan honroso cargo no sólo ha compartido la historia de su Ejército, sino que los mismo valores y desvelos de todos sus hombres. A ellos se debe, como el Ejército hace lo mismo con la Patria. Por ello es que también el señor General Izurieta, junto con asumir el mando institucional, acepta para sí la honrosa misión de ser el continuador de la inmaculada trayectoria de una institución que, como ha ocurrido en el pasado, habrá de trascender nuestras efímeras vidas.
A los soldados del Ejército de Chile les recuerdo que son herederos de un pasado glorioso, guardianes de un presente promisorio y actores de un futuro que habrá de construirse en plena armonía con los valores permanentes de la Nación. Cultiven con orgullo la contribución de este invicto Ejército a la paz y desarrollo de la Nación y renueven su compromiso con ella en cada acto de servicio, con la misma fe y respeto con que veneramos y conservamos nuestras más sagradas tradiciones de valor, honor y lealtad.
Señoras y señores:
Ante los estandartes del Ejército de Chile, que representan lo que más he querido en mi vida, tal como lo hicieran cuando presté mi juramento, vuelvo mi mirada al Todopoderoso para agradecerle tan inmenso privilegio, al haberme permitido ejercer el mando de esta gloriosa Institución.
Mi larga carrera profesional y el mando de este glorioso Ejército me han dado la posibilidad, como a pocos, de comprobar las notables virtudes que caracterizan el hombre de armas chileno. Aquellos que hicieron posible la independencia y la superación victoriosa de las grandes encrucijadas de nuestra historia.
Reitero mi gratitud más profunda por la leal y abnegada colaboración que he recibido en estos años de tantos camaradas de armas, que han entregado lo mejor de sí en el cumplimiento de las misiones que les fueron asignadas.
Rindo en esta hora mi más sentido homenaje a todos aquéllos que ofrendaron su vida en los momentos más decisivos que hemos vivido.
Por ello también, emocionado, hago llegar mi gratitud a las familias de todos los soldados de este Ejército, que con su comprensión y apoyo también participaron en las nobles tareas realizadas.
Asimismo con especial consideración formulo mi reconocimiento a todos los integrantes de la Armada, de la Fuerza Aérea y Carabineros que, en estrecha y leal acción común con la institución que he tenido el honor de comandar, supieron cumplir la orden con gran generosidad y eficiencia.
A mi querida esposa Lucía vayan mis cariñosos sentimientos de amor y de gratitud, porque ella ha sido para mí fuente de inagotable apoyo y comprensión, y en estos 55 años juntos siempre he visto en ella la compañera abnegada y a veces heroica de todos los imperativos que exige la vida de las armas. En ella he visto a la verdadera mujer del soldado valiente y abnegado.
A mis hijos gracias por eses cariño que siempre he recibido de todos.
En una palabra a todos los que han luchado y luchan por un Chile mejor con principios nacionales y no extranjeros.
A las Autoridades de Gobierno y representantes de los Poderes del Estado, por haber comprendido mi gestión de mando en un período de incertidumbres y cambios, con la grandeza que anima a los hombres que han puesto al bien común como el logro más preciado.
Al expresar mis sentimientos de gratitud a quienes han estado conmigo de una u otra forma, los extiendo a todos aquellos compatriotas que me brindaron su apoyo, confianza y amistad por tantos años y en tan variadas circunstancias. Su reconocimiento será mi mejor estímulo para continuar colaborando en el servicio público hasta que Dios, nuestro Señor, me lo permita.
Resignation speech, March 10th 1998
This TV-clip from national TV station TVN, published on Youtube, shows Pinochet at his resignation speech in a passage, where he emotionally speaks of his wife, Lucía Hiriart Pinochet, with the words: » ... in these 55 years together I have always seen her as the self sacrificing and at times heroic partner in life enduring all the trials the military life makes one subject to. In her I have seen the true brave and self sacrificing woman behind a soldier.«:
My wife was the one who explained to me why I had been arrested, as I lay in my hospital bed after an operation. She was in tears as she tried to speak. I was hurt and bewildered.
I had come to Britain as a Special Ambassador for my country, perhaps not specifically as the guest of the Foreign and Commonwealth Office, but with their full knowledge and co-operation. This was not my first visit, for I have travelled to Britain many times on official business. Last year I was the guest of Royal Ordnance, which only a short time ago moved from government to private ownership. This year, as on previous occasions, I was greeted formally by representatives of the British government at Heathrow Airport.
I always love visiting Britain. The friendship between our two countries is, of course, an historic one which long predates my own term of office. In 1818 our country finally obtained its freedom from Spanish colonial domination, in part thanks to the enlightened policy of Britain's Foreign Secretary, Lord Canning. Since then, Chile has been a force for stability amidst the turmoil of South America. Indeed, for most of its history Chile has been South America's most prosperous nation and, at times, its only democracy.
We owe much of our stability and prosperity to the strong ties that have existed with the people of Great Britain. These ties have brought to our country thousands of British settlers, traders, engineers and intellectuals. Many of my closest Chilean friends bear names which are indistinguishable from those of people in London, Manchester or Edinburgh, and they continue to cement the relationship between our two countries.
I pay tribute to the sense of honour and valour
That friendship has stood the test of time. When Argentine forces occupied the Falklands in 1982, I instructed my government to provide, within the context of our neutrality, whatever assistance we could to our friend and ally. I considered this a matter of Chile's national honour.
Today, as I am in this country under arrest, I pay tribute to the sense of honour and valour of all those in this country who have shown their support, especially Margaret Thatcher, whose words have moved me beyond measure.
I am saddened that the experience of my arrest has shaken my belief in Britain. Previously, I never doubted that Britain was a country where people may move about freely. I did not believe that I would be the subject of spurious attempts by foreign prosecutors to convict me on unproven charges.
Virtually a whole generation has gone by since the painful events of 1973. And it is the changing generations which bring about reconciliation and the healing of wounds, as has been the case in Europe since the Second World War. There is perhaps no better time to remember this than during the week when we remember the losses suffered in past wars and the alliances built since.
Today, we understand that reconciliation is essential to peace. That is the lesson we have learned from two world wars and from the numerous other conflicts this century.
Chile deserves the same rights as any other country
We accept the reconciliation that has been brought about in Northern Ireland and South Africa. Only recently, Archbishop Tutu's Truth and Reconciliation Commission has established wrongs on both sides of the dispute, but it is clear that reconciliation was considered fundamental to the future harmony and peace of the country. There are few countries which have nothing in their past to regret.
In challenging Chile's reconciliation, Spain ignores its own past. It denies to us the path which it followed. Spain left behind the Franco years with no recriminations. That is because the Spanish people were determined to reconcile themselves with their past, despite the ravages of the civil war. Why do they now wish to force us to do differently?
In all these cases, after great agonising, wise decisions have been made not to revisit the past. The opening up of old wounds, bringing back into debate issues where the true facts have long since been forgotten, serves no purpose.
Chile deserves the same rights as any other country. But in the weeks since my arrest we have seen only a travesty of the truth.
Let us cast our minds back to the chaos that existed in South America in the early 1970s. The freedoms which had been so hard won from colonial domination were being crushed by Soviet-inspired and funded military and political forces. Their clear intention was to deprive the people of their democratic freedoms.
As history shows, this is what had happened in the Soviet Union and in Cuba, and continues to be the case in other parts of the world.
In Chile, on October 20th 1970, Parliament chose Salvador Allende as president. They did so when none of the three presidential candidates was able to achieve a majority, and in return Allende gave a promise that he would respect Chile's constitution.
Nearly three years later, Chile was crippled. There was hyperinflation and a shortage of food, medicine and basic necessities. Law and order had broken down as armed paramilitary bands were killing, raping and confiscating at will.
It was essential that Marxism was defeated
Under Allende's regime, about 14,000 foreign agitators had moved into Chile. They included Cuban DGI agents, who were in charge of reorganising the regime's security services, and Soviet, Czech and North Korean military instructors. It was clear to all of us that an insurrection was being planned, financed by the Soviet Union, and that revolutionary military brigades were being organised to take on the Chilean army.
Later, reflecting on those months, Regis Debray, a prominent French socialist and friend of Fidel Castro and Che Guevara and an admirer of Allende, wrote: 'We all knew that it was merely a tactical matter of winning time to organise, to arrange and co-ordinate the military formations of the parties that made up the Popular Unity government. It was a race against the clock.'
As the crisis devastated our country and the constitution was torn apart, the High Court ruled that Allende had usurped the powers of the state.
Both chambers of Parliament passed a vote of censure against Allende for attempting to "institute a totalitarian system, for sedition and for habitually violating the civil rights of the citizens of the Republic". Parliament appealed to Chile's armed forces "to put an immediate end" to the systematic violations of the law and to "secure the constitutional order of our country".
The people believed that for the survival of Chile and for the preservation of freedom in South America as a whole it was essential that Marxism was defeated and Allende's government removed.
I love the people of Chile
I have lived with my conscience and my own memories for over quarter of a century since the events of 1973. I wish things could have been different. I wish that Allende had left of his own accord with the guarantees of safety I offered to him. In the end, Allende chose not to take this course. Instead he chose suicide.
These are not easy reflections for me. But I am at peace with myself, and with the Chilean people, about what happened. I am clear in my mind that the return to Chile of true democracy, and from that the true freedom to which all individual people are entitled, could not have been achieved without the removal of the Marxist government.
I love my country. I love the people of Chile. I am proud that Chile is now a country where people are free to speak, free to travel, and free to pursue their political and religious views. We lost all these things for a brief period in the early 1970s. Yes, it took time to bring them back. But I regard it as my greatest achievement that these freedoms did indeed return.
Under my government we organised in 1980 the referendum which restored a democratic constitution. Under that constitution the people chose in 1988 not to elect me for a further term of office. I accepted the will of the people and stood down, having received 43 per cent of the vote.
This same constitution has has ensured the peaceful transition to the administrations of my two successors, Patricio Aylwin and Eduardo Frei. This process is a reality and it is being damaged by the action against me. In Chile, as elsewhere, recrimination is the enemy of reconciliation.
A show trial in Spain, a foreign land, is not justice. It is certainly not British justice. My fellow citizens have come to terms with our nation's past. They are my true judges. That is why I shall fight this extradition request with all my spirit, supported by the president and government of my country.
And God willing, I shall then return home to Chile with my family where I hope to spend the last years of my life in peace.
From his detention in London Pinochet sent this message home to Chile in December 1998:
Impedido de regresar a mi país, y viviendo la experiencia más dura e injusta de mi vida, quiero agradecer a mis compatriotas todas las nobles muestras de cariño y de apoyo que me han dado, sin las cuales estas horas de prueba y soledad serían incomparablemente más tristes para mí y mi familia. Mi gratitud quisiera expresarla con algunas reflexiones venidas a mi mente en estos penosos días, que pueden ayudar a descubrir la verdad y la justicia de la historia que se juzga.
El país sabe que nunca busqué el poder. Por eso cuando lo ejercí jamás me aferré a él y cuando llegó el momento de entregarlo, de acuerdo a nuestra Constitución, lo hice lealmente. Ningún historiador, ni aun el más sesgado y poco objetivo, puede ni podrá mañana sostener de buena fe, que mis actuaciones públicas respondieron a una supuesta ambición personal o a cualquier otro motivo que no fuera el bien de Chile. Al contrario, siempre pensé que debía orientar el llamado a servir a mi Patria, que desde pequeño latía en mi corazón, a través de la carrera militar. Siempre supe que el juramento que un día hice ante Dios y ante nuestra bandera, siendo apenas un adolescente, lo iba a cumplir. Precisamente por nuestra sólida formación moral, los soldados aprendemos a descubrir tempranamente cuanto dolor y pérdidas irreparables provocan las guerras. De allí que, como gobernante, haya sido infatigable e irreductible en mi afán por evitar los conflictos armados, por buscar en todo momento la paz para Chile, aun cuando se hayan cernido sobre nosotros todo género de amenazas.
Frente a la dramática encrucijada en que fue puesto nuestro país por el gobierno de la Unidad Popular me resistí a actuar hasta el final, no obstante el clamor ciudadano que golpeaba las puertas de los cuarteles pidiendo nuestra intervención. Esperé no por temor sino por una secreta esperanza de que se pudiera superar pacíficamente aquella extrema situación de crisis institucional, que fuera denunciada por la Excelentísima Corte Suprema de Justicia, la Honorable Cámara de Diputados y otros órganos de nuestra institucionalidad. Nadie mejor que un soldado sabe cuán incontrolables son los enfrentamientos armados cuando no se combate contra un ejército regular. No fue posible evitarlo y, finalmente, tuvimos que asumir la conducción del país aquel histórico 11 de septiembre, no sin antes encomendar el éxito de nuestra misión a Dios y a la Santísima Virgen del Carmen, Patrona de nuestras Fuerzas Armadas y Reina de Chile. Siempre he tenido y tendré en lo más profundo de mi corazón el recuerdo y un sentimiento de gratitud y admiración hacia esa generación de soldados, marinos, aviadores y carabineros, que participaron en esa jornada patriótica y realizaron tantos sacrificios heroicos.
Sobre aquella gesta, valga solamente una reflexión. Las Fuerzas Armadas y de Orden no destruyeron una democracia ejemplar, ni interrumpieron un proceso de desarrollo y de bienestar, ni era Chile en ese momento un modelo de libertad y de justicia. Todo se había destruido y los hombres de armas actuamos como reserva moral de un país que se desintegraba, en manos de quienes lo querían someter a la órbita soviética.
Creo firmemente en la unidad del país. Todo lo que he hecho a lo largo de mi vida no ha tenido otra razón de ser que producir el reencuentro de los chilenos con su común destino superior. Estoy profundamente convencido que nunca han tenido ni tendrán futuro los países que no logran descubrir la misión histórica que están llamados a cumplir. Tengo la certeza de que nunca han podido ni podrán entender los desafíos que les depara el porvenir, aquellas naciones que olvidan o reniegan de su historia. Que jamás serán felices ni tendrán un buen porvenir los pueblos que son fácilmente seducidos por la prédica del odio, la venganza o la división.
Soy un hombre que pertenece a un tiempo histórico y a unas circunstancias muy concretas. El siglo que ya termina bien podría ser definido como uno de los más crueles que la humanidad haya conocido. Dos atroces guerras mundiales y una guerra ideológica que sojuzgó a más de media humanidad lo han marcado profundamente al confrontarse dos visiones absolutamente opuestas. El dilema era; o vencía la concepción cristiana occidental de la existencia para que primara en el mundo el respeto a la dignidad humana y la vigencia de los valores fundamentales de nuestra civilización; o se imponía la visión materialista y atea del hombre y la sociedad, con un sistema implacablemente opresor de sus libertades y de sus derechos.
En el transcurso de este siglo se llegó a buscar el exterminio de toda una nación, bajo el pretexto de supuestos ideales étnicos.
El comunismo, por su parte, esa verdadera antireligión, le costó a la humanidad las vidas de millones de seres humanos en toda Europa, y de otras decenas de millones de niños, mujeres y hombres en los diferentes países de Asia. También en América el marxismo sembró la muerte y destrucción. No sólo en sus intentos revolucionarios sino con la prédica universal del odio y la lucha de clases, y con la exportación de la guerrilla y el terrorismo. Por ese gigantesco genocidio, por los sistemas más brutales de opresión, los peores que recuerde la humanidad, nadie pide justicia y probablemente nunca la habrá. Al contrario, quienes provocaron esos males, quienes dispusieron en nuestros países de armas y financiamiento soviéticos para realizarlos, quienes promovieron y predicaron a nuestros pueblos la siniestra ideología del socialismo marxista, son los que se levantan hoy como mis jueces.
Todo lo que hice como soldado y como gobernante lo hice pensando en la libertad de los chilenos, en su bienestar y en la unidad nacional, objetivos superiores al logro de los cuales, quienes actuamos el 11 de septiembre, consagramos todos nuestros desvelos. No hicimos promesas. Sólo nos propusimos transformar a Chile en una sociedad de hombres libres y democrática, donde a sus ciudadanos se les respetara el derecho a crear y emprender libremente sus iniciativas, para que se hicieran dueños de sus propios destinos y no esclavos del Estado y menos de otras naciones. Nos propusimos hacer de Chile una gran nación y creemos firmemente haber contribuido a lograrlo, sin perjuicio de que algunos países en el mundo aún no lo valoran, como no valoran que después de una transición pacífica nuestro país tenga hoy un verdadero régimen democrático, en el que todas sus instituciones funcionan plenamente.
Los tiempos, sin embargo, cambiaron. Se derrumbó el comunismo. Quedaron al descubierto los “socialismos reales” y la humanidad pudo conocer una historia de crímenes, injusticias, explotaciones humanas, fracasos y mentiras como jamás ni el más acérrimo adversario pudo imaginar. En Chile, el resultado de nuestra historia es que este desconocido y lejano país pudo superar con éxito la prueba más grande que haya tenido que enfrentar en este siglo. En una verdadera hazaña, que sus agentes nunca nos perdonarán, pudimos demostrar antes que nadie que era posible derrotar al poderoso “imperio de la mentira y del odio”. Aseguramos nuestra libertad y emprendimos temprana y visionariamente el arduo y difícil camino de la reconstrucción nacional y el establecimiento de una sociedad moderna y libre. En casi dos décadas, y gracias al sacrificio de todo un pueblo que recuperó la fe en sus ideales de progreso y de justicia, se construyó un país distinto. Nadie puede desconocer hoy que el 11 de septiembre abrió caminos de esperanza y de oportunidades para todos, que sólo depende de los chilenos conservarlos y hacerlos plenamente fecundos en el tiempo.
Chile es hoy un país distinto de aquél que los jóvenes de muchas generaciones tuvieron que enfrentar cuando tenía una existencia oscura, pesimista y fracasada. Con nuestro gobierno, los pobres y los postergados comenzaron a tener verdaderas oportunidades para progresar. Siempre supimos que esa prioridad social, debía ser nuestro principal compromiso moral. Hoy, no puedo ocultar la satisfacción que me produce saber que, para retroceder al pasado tendrían que sucederse muchas generaciones antes que los chilenos vuelvan a ser un pueblo perdedor, fatalista, deprimido y sin valor, como lo llegamos a ser a comienzos de los años setenta. Gente ideológicamente enceguecida quiso destruir nuestro país. No lo pudieron lograr. No contaron con la reserva espiritual y la dignidad natural de un pueblo pacífico y acogedor que, sin embargo, jamás ha permitido ser sometido ni doblegado por nadie. Cometería una injusticia si en estas líneas no destinara un reconocimiento especial, como testimonio de mi mayor gratitud, a quienes compartieron la epopeya de la reconstrucción del país; a esa generación de soldados y civiles, hombres y mujeres, que han terminado consagrando sus vidas al servicio del país y que diariamente dan testimonio de fidelidad a sus patrióticos ideales; a la juventud de Chile, que ha heredado un país fortalecido con un destino de grandeza que deberá seguir construyendo con voluntad y verdadera responsabilidad patriótica.
Agradezco también a quienes no formaron parte de mi gobierno y, siendo incluso sus adversarios, han sabido valorar en esta hora, por sobre cualquier diferencia, la defensa de la soberanía y la dignidad del país.
Es probable que los misteriosos caminos que el Señor reserva a cada pueblo puedan llevar a que muchos chilenos tarden en descubrir la verdad de lo que ha vivido nuestra Patria. Yo les digo que nada podrá impedir que un día, tal vez no tan lejano, vuelva la paz y la sensatez a esos espíritus que todavía permanecen cegados por la pasión, y en la serenidad de otros tiempos, cuando la historia reivindique nuestra obra común, terminen reconociendo el valor y los méritos de ella. En ese momento, es probable que yo ya no esté. Será, sin embargo, la hora de la victoria, la hora en que los ideales que iluminaron nuestros sueños terminen siendo comunes a todos los chilenos.
Hoy, siento que el destino ha vuelto a poner sobre mis hombros la enorme responsabilidad de contribuir a sembrar semillas de paz que hagan posible la grandeza y la unidad de mi Patria. Más allá de mis dolores y de las heridas que llevo en el alma por las injustas vejaciones de que he sido objeto, y de la indignación que me produce ver a mi país agredido en su condición de estado soberano e independiente y sin ser respetado como lo merece, quiero señalar que acepto esta nueva cruz, con la humildad de un cristiano y el temple de un soldado, si con ello presto un servicio a Chile y a los chilenos. Nada deseo más que ver superadas las divisiones y los rencores estériles entre nosotros.
Al final ya de mi vida, no obstante el cansancio y los sufrimientos que me han provocado tantas injusticias y tantas incomprensiones, quiero decirles que aun cuando todavía tuviera que enfrentar mayores adversidades, jamás mi espíritu se sentirá derrotado. Nada doblegará mis convicciones ni mi firme voluntad de servir a mi Patria, tal como lo juré el día que me incorporé al Ejército de Chile. Mi más profundo anhelo en esta hora es impedir que en nuestra entrañable tierra siga habiendo más víctimas, más dolor del que ideologías foráneas ya provocaron en la familia chilena. Ojalá el mío fuera el último sacrificio. Ojalá mis dolores y los agravios de que soy víctima pudieran satisfacer los siempre insaciables sentimientos de venganza, y sirvieran para que quienes aún siguen anclados al rencor, puedan encontrar la paz para sus conciencias. Ojalá pudieran ellos dejar de vivir tan perturbados, y nunca más se escuchen en nuestra Patria las prédicas revolucionarias que sembraron tanta violencia y división entre los chilenos.
Quienes creemos en el perdón y en la reconciliación verdadera, tenemos que seguir trabajando duramente por el futuro. No está lejano el día en que una nueva generación de compatriotas, al poner sus ojos en la historia de su país, descubra la verdad de la gesta que permitió la construcción de una sociedad de chilenos libres y dignos, de una Patria mejor para todos y no para un sector o para un partido, como estuvimos a punto de vivir.
He sido objeto de una maquinación político-judicial, artera y cobarde, que no tiene ningún valor moral. Mientras en este continente, y específicamente en los países que me condenan mediante juicios espurios, el comunismo ha asesinado a muchos millones de seres humanos durante este siglo, a mí se me persigue por haberlo derrotado en Chile, salvando al país de una virtual guerra civil. Ello significó tres mil muertos, de los cuales casi un tercio son uniformados y civiles que cayeron víctimas del terrorismo extremista. Soy falsamente juzgado en numerosos países europeos, en una operación dirigida por quienes se dicen mis enemigos, sin que exista por lo mismo la más remota posibilidad de que quienes me prejuzgan y condenan lleguen a comprender nuestra historia y a entender el espíritu de lo que hicimos. Soy absolutamente inocente de todos los crímenes y de los hechos que irracionalmente se me imputan. Sin embargo, temo que quienes lo hacen nunca estuvieron ni estarán dispuestos a darse a la razón y aceptar la verdad.
Frente a una aberración semejante, y no obstante mi sufrimiento y mi impotencia, quisiera entregar una palabra de aliento a mis compatriotas. No os desaniméis ni rindáis nunca ante las adversidades y el infortunio. Nunca dejéis de luchar por la grandeza y el poderío de Chile. Ojalá superemos pronto nuestra actual condición de país débil, pequeño y lejano, para que nunca más un chileno, cualquiera sea su condición, vuelva a sufrir las vejaciones y las humillaciones que hoy sufro, precisamente porque no tenemos fuerza en el concierto de las naciones para hacernos respetar. Yo no desfalleceré nunca. No lo he hecho en este difícil trance, ni nunca lo hice a lo largo de mi vida, cuando tuve que enfrentar otras horas de prueba; por ello quiero expresarles a mis camaradas uniformados y en particular a los del Ejército, mi disposición, mi confianza y profundo reconocimiento por su forma de actuar en estas difíciles circunstancias.
Conservo intacta mi fe en Dios y en los principios que han guiado mi existencia. Guardo la firme esperanza de que el Señor en su infinita misericordia aplique mis más íntimos sufrimientos por quienes murieron injustamente en esos años de enfrentamiento. Están equivocados quienes creen o sostienen que el dolor por la sangre derramada en nuestra Patria, es monopolio de un bando. Todos hemos sufrido por las víctimas. Me consta que es especialmente grande el sufrimiento de quienes no provocaron el enfrentamiento, de quienes no lo buscaron ni mucho menos lo desearon, y terminaron siendo sus víctimas inocentes. El soldado siempre busca proteger a sus compatriotas. Nunca he deseado la muerte de nadie y siento un sincero dolor por todos los chilenos que en estos años han perdido la vida.
Le he pedido humildemente a Dios que hasta el último segundo de mi vida me dé la conformidad y la lucidez para entender y aceptar esta cruz y que este dolor que llevo en lo más profundo del espíritu, llegue a ser una buena semilla en el alma de la nación chilena. Si con mi sufrimiento se puede poner fin al odio que se ha sembrado en nuestro país, quiero decirles que estoy dispuesto a aceptar todos los designios del destino con la más absoluta confianza de que Dios, en su infinito amor, sabrá hacer fecundo este sacrificio que le ofrezco para que triunfe la paz, y en el amanecer ya del nuevo siglo, sean los chilenos un pueblo unido y reconciliado como el que siempre soñé alcanzar a ver.
Amo a Chile por sobre todas las cosas y ni aún las más dolorosas circunstancias que deba enfrentar impedirán que, con toda la fuerza de mi espíritu, a la distancia, repita siempre una y mil veces, Viva Chile.
At his 84th birthday in November 1999 Pinochet sent this message to Chile from his detention in London:
Queridos amigos y amigas:
Al cumplir hoy 84 años de vida, he querido a la distancia saludarlos a todos ustedes, con un sentido abrazo y junto a ello, agredecerles la precupación y el constante apoyo que han tenido por mi persona, lo que ha sido un gran estímulo en lo moral.
Sepan queridos amigos, que los generosos gestos y testimonios de solidaridad recibidos de ustedes desde la Madre Patria durante estos largos meses de cautiverio me llenan de fortaleza y de renovadas esperanzas para continuar luchando día a día por un pronto regreso a mi Chile querido.
Esta prueba a que me ha sometido mi buen Dios, puede parecer injusta, no obstante, es aceptada dadas las creencias de mi fe, pues sé que es su voluntad. Las calumnias de las que he sido objeto, sólo las someto a tribunales imparciales, pues mi conciencia está tranquila e inocente.
Desde el 16 de octubre de 1998, fecha en la cual fui sorpresivamente detenido en estado posoperatorio y hasta hoy he sido deshonrado y vejado por tribunales españoles en un secuestro que parece no tener fin. Sin embargo, mis principios se han mantenido fiel a los fundamentos que implica el servir en el Ejército y por ende, a Chile por 65 años.
Al abrazar a tantos amigos en este día tan importante para mí, pido al buen Dios que los colme de felicidad y que algún día pueda ver las luces de la libertad en nuestro amado Chile, para así trabajar juntos por su grandeza.
On September 4th 2000 on the »Day of National Unity«, Día de la Unidad Nacional, Pinochet sent this message to the Chilean people:
En el día de hoy, quiero expresar a cada hombre y mujer de mi querida Patria, que abrigo en mi corazón la firme esperanza de que nuestras divisiones y dolores del ayer sean superados fijando nuestra mirada en el futuro, en beneficio de las nuevas generaciones.
¡Ellas están demandando esta actitud generosa de quienes las vivimos en el pasado!
En el convencimiento de haber querido lo mejor para mi Patria, con toda humildad pido a Dios que le dé a mis compatriotas la sabiduría necesaria para superar los conflictos del ayer y contribuir a un futuro de paz, unidad y progreso, procurando que la obra lograda con tanto esfuerzo y sacrificio de todos los chilenos, no se ponga en riesgo, perdure y se consolida en el tiempo.
In connection with his wife, Lucia Hiriart, and son, Marco Antonio's arrest as accomplices to fraud in the so called Riggs Case Pinochet made the following statement:
August 10th 2005
Faced with the prosecutions that my wife, my son Marco Antonio and the prime military collaborators of my government have been object to, I declare:
1. - I assume full responsibility for the matters that minister Sir Muñoz is investigating and deny any participation in them by my wife, my children and my closest associates.
2. - If they want to jail someone, to pass judgment on a part of Chile's history, it should be me and not innocent people.
3. - I reiterate that I never defrauded the state, neither did I gain illegitimate profit from the position I held. I gave, for prudent reasons, since I would be subjected to persecution and political harassment, my life savings to professional foreign institutions. If there was a tax difference, my accountants have paid everything off.
Mensaje a mis compatriotas para ser difundido después de mi fallecimiento
Chilenos, sin excepción:
Muchas veces hice llegar mi pensamiento a ustedes durante mi vida pública. Especial recuerdo hago de mis comunicaciones desde mi cautiverio en Londres.
Ahora, con esfuerzo, he hilvanado los siguientes pensamientos que surgen desde lo profundo de mis sentimientos y convicciones.
Quiero despedirme de ustedes con mucho cariño. Entiendo que esto parecerá incomprensible para muchísimos, pero es así.
En mi corazón no he dejado lugar para el odio. He recorrido muchos años y entiendo del amor y del dolor.
Yo elegí la carrera militar por amor a la Patria. El que he mantenido sin alteración desde el primer día que entré a la Escuela Militar y, ahora, al irme de este mundo, aquel sentimiento llena mi espíritu enteramente.
Amo a la Patria; amo a todos ustedes. Por amor se pueden hacer muchas cosas buenas y muchas malas. Acertadas y erróneas. Yo nunca imaginé entrar a la Gran Historia de mi país, pero así ocurrió.
En transcurrir público de éste se fue transformando desde decir "en Chile nunca pasa nada", a un precipitado de dramáticos acontecimientos.
No quiero entrar en análisis mayores, propio de historiadores pero sí hacerlo respecto a afirmaciones profesionales y humanas que son las que me interesa comunicarles a ustedes.
Yo, como militar, percibí la gravísima y compleja situación que se avecinaba mientras avanzaba la década de los setenta.
Nadie podrá discutir que el mundo entraba en un enfrentamiento global, ideológico y militar, al que se llamó la "guerra fría". Cada día los conflictos se agrandaban más, se calentaba más esa "guerra" y eran más complejos, en especial, para una mirada observadora militar.
Los ángulos comprometidos en esa guerra crecían día a día y abarcaban la casi totalidad de los planos de la vida, pública y privada de la gente.
Crecía y presionaba al hombre común ese sino tan trágico de una guerra, o tú o yo, con el agravante que el dilema se extendía a la comunidad toda internacional, algo así como una guerra total y sin cuartel.
Un militar no podría restarse a este panorama, porque era muy sombrío, debía prepararse para lo mejor y para lo peor, ecuación clave en una estrategia profesional.
Chile empezó a arder y se encajonaba, sin escape objetivamente, en mi concepto, a tres posibilidades (esto que lo entiendan las personas jóvenes, nacidas con posterioridad a la crisis).
-A una guerra civil, sin cuartel, "de ventana a ventana", con miles y miles de personas muertas.
-A una imposición de una dictadura llamada del proletariado, ideológica, marxista leninista, con la pérdida total de la libertad política y del Estado de Derecho;
-Y, a una reacción conjunta de civiles y militares para elimnar tajantemente las anteriores. Nadie discute que la inmensa mayoría de la población se inclinaba por ésta última alternativa.
Chilenos, amigos sin exclusión. Una guerra internacional, o una civil, es algo atroz. Lo peor que le puede ocurrir a una sociedad. La guerra, por esto, hay que evitarla hasta donde sea posible.
Los adultos que vivieron el tiempo del pronunciamiento militar se dieron cuenta cabal que la única opción realista era esto último.
Hubo que actuar para cubrir eficazmente todos los ángulos de un enfrentamiento amplio, porque explícitamente los partidos de Gobierno sostenían que la vía armada era la única forma de alcanzar el poder, a la corta o a la larga.
Creo que nunca de manera tan contundente se había amenazado una guerra civil en nuestro país o en otra parte del mundo. Si a lo anterior se agregan el sinnúmero de ratificaciones de hecho y retóricas que confirmaban tales propósitos, hicieron más explicable la intervención militar.
Había, pues, que actuar con el máximo rigor y sostenidamente hasta conjurar cualquier extensión del conflicto que se anunciaba.
Si no se procedía, así, la acción militar habría terminado en un fiasco, y eso hubiera provocado en el pueblo por muchos años consecuencias negativas en extremo dolorosas.
El 73, por las citadas características del contrincante, fue preciso emplear diversos procedimientos de control militar, como reclusión transitoria, exilios autorizados, fusilamientos con juicio militar.
En muchas muertes habidas y en los desaparecimientos de cuerpos es muy posible que no se logre jamás un conocimiento acabado del cómo o por qué ocurrieron. No se puede descargar con simpleza la responsabilidad de un sinnúmero de extralimitaciones porque no hubo un plan institucional para ello. Los conflictos graves son así y siempre serán así: Fuente de abusos y exageraciones.
¿Pero cómo tantos no han querido o podido entender la extrema gravedad de la amenaza si todo el contexto nacional e internacional avalaba su existencia?
En los enfrentamientos habidos en la Historia el resultado en cuanto a pérdidas de vidas y las deshumanizaciones son parte de su definición.
Lo anterior no va en búsqueda de atenuantes a los excesos, sino a recordar su presencia insoslayable.
Yo, como Presidente de la República y comandante en jefe del Ejército actué como les dije, con rigor, pero con mucha más flexibilidad que la que se me reconoce, por lo que yo siempre me refería a una "dictablanda".
Mientras el fanatismo ideológico y armado constituyera un peligro para la estabilidad, no era posible bajar las manos.
Chilenos todos:
¡Cómo quisiera que no hubiese sido necesaria la acción del 11 de septiembre de 1973!
¡Cómo hubiera querido que la ideología marxista leninista no se hubiera interpuesto en la nuestra vida patria!
¡Cómo hubiese deseado que el Presidente Salvador Allende no hubiere incubado en su ideario el propósito de transformar a nuestra Patria en una pieza más del tablero dictarorial marxista!
Las guerras traen dolores muy difíciles de sanar.
Los parientes y amigos de compatriotas nuestros caídos en el enfrentamiento fraticida tendrán para siempre un recuerdo negro de lo ocurrido.
Yo voy a misa y comulgo. Nunca dejo de pensar en las heridas abiertas.
Cómo me gustaría andar en las calles, saludando, consolando, ayudando...
Mi destino es un tipo de destierro y soledad que jamás hubiera pensado, y menos deseado.
Para terminar, con toda sinceridad declaro estar orgulloso de la enorme acción que hubo que realizar para impedir que el marxismo leninismo alcanzara el poder total, y también, para que mi entrañable Patria fuera una "gran nación", como fue el lema que desde el principio inspiró a la Junta de Gobierno. De eso, nunca dudaré, sin una pizca de vacilación.
De repetirse la experiencia hubiere deseado, sin embargo, mayor sabiduría.
Augusto Pinochet Ugarte
Capitán general, Ex Presidente de la República, ex senador de la República, ex Comandante en Jefe del Ejército".